Cada vez que predicó el Evangelio soy consciente de algo: Si no tengo el privilegio de ver al Espíritu Santo obrar con libertad, salvar y transformar personas, sanar a los enfermos, liberar a los cautivos y traer restauración a las familias, mi alma no podría resistirlo.
Hoy en día, como la iglesia portadora de las Buenas Nuevas, necesitamos humillarnos y clamar para ver la mano sobrenatural de Dios moverse a favor de los que sufren. Jamás nos conformemos con menos.
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