El problema del hombre está en su corazón; nada podemos hacer modificando las estructuras si su corazón no cambia. La realidad del pecado y la necesidad de arrepentimiento, para la filosofía moderna, es un mensaje desactualizado y ofensivo, apropiado para el hombre ingenuo del medioevo, pero totalmente fuera de lugar en el mundo moderno. Sin embargo, la predicación del pecado y el arrepentimiento, por impopular y ofensiva que parezca, es la única forma de cumplir el mandato autoritativo del Señor y trasmitir el genuino mensaje del evangelio. Es imposible atenuar las demandas, así lo entendieron los apóstoles cuando comenzaron la tarea evangelizadora.
El mundo al que predicamos muestra síntomas inequívocos del fracaso racionalista. Sus utopías se derrumban, y la huida desesperada hacia la irracionalidad del ocultismo y el voluntarismo evidencian la ineficacia de las doctrinas que se han elegido como guía.
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