El Rabí no quiere que seamos perfectos, solo reales. Sin embargo, a veces nos esforzamos tanto por agradar a Dios e impresionar a los demás, decididos a ser cristianos perfectos, que nos quedamos sin energía y nos enfermamos por nuestra propia apariencia lograda y nuestra hipocresía interior. Nos deja con una sensación peligrosamente frágil, tan carentes de vida y de frutos como un árbol que se marchita en pleno invierno.
Necesitamos una transfusión divina. Aunque siempre va a cortar la madura falsedad y la improductividad de nuestra hipocresía, Él nunca aplastará las cañas magulladas de nuestras vidas destrozadas. Las ramas cortadas que deja a lo largo del camino nunca son el resultado de su disgusto sino de su poda cuidadosa.
Venga con Brennan, reclínese y escuche el latido del corazón del Rabí; sienta la vitalidad que regresa a su alma cuando se acepta a sí mismo; reciba su amor y deléitese en su gracia.
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